Se dice que cuando escribes un libro, pasas por diferentes etapas y emociones, como si estuvieras en una montaña rusa, y pienso que quien lo haya dicho tenía toda la razón. Me gustaría contarte un poco más sobre mi experiencia al escribir: “Arlo, el pequeño mintab”. Todo comenzó como un completo rompecabezas con ideas aquí y allá (¡Ay, misho, rompecabezas! 🙄 ¡Újule, te quedaste corto, mi choco tabajqueño! Aquello era un quilombo, como dicen mis amigos los argentinos, che.), pero con el ferviente anhelo de poder compartir mi creatividad. Entonces un buen día (¡Días y noches, que no se te olvide, eh!), me senté frente a la laptop y comencé a dejar fluir las palabras, ideas, sentimientos e inspiración a través de mis dedos sobre el teclado.
Te puedo asegurar que hubo muchos momentos en los que me enojaba, me reía o hasta me sorprendía (🤨¡No te hagas guaje, también se te llegaron a salir las de cocodrilo!), al ver cómo los personajes cobraban vida sobre la pantalla, convirtiéndome en un testigo silencioso de sus increíbles peripecias. Tanto la inocencia de Arlo, como la dedicación y el amor de sus papás, el señor Gerbert y el señor Kingsley, me mostraban lo grandioso que era vivir en una amorosa familia mintab (¡Sí, claro, hasta que el chamaco checho se sale del huacal, ja, ja, ja! No, no es cierto, je, je, je. Ups, mejor me callo, ¡tú prosigue con tus cuitas!).
Al escribir sobre Arlo y sus padres me sentí feliz de poder compartir una historia que expresara la dinámica de una familia homoparental, tal como también sucede con el bonachón de Blaine, el mejor amigo de nuestro protagonista, quien vive con su ma Bryony y su mami Freya. Ellas le han enseñado a su pequeño que el amor y el respeto deben ganarse y no imponerse. Estoy convencido de que si los seres humanos nos diéramos la oportunidad de amar y respetar a los demás, viviríamos definitivamente mejor (¿Pero qué dices alma de cántaro?, como dicen los amigos españoles y ¡olé! No, no, ya, me pondré serio. Sí que se puede lograr, peeero, ¡está canijirijillo, ja, ja, ja! ¡Ay, mojo, Flanders!). Por su parte, la familia de Didi, la mejor amiga de Arlo y Blaine, cierra el círculo de la diversidad en el que todos somos indispensables. Ejemplo de ello son sus papás, el cariñoso señor Waylen y su hermosa e inteligente compañera, la señora Laia. Tanto las familias homoparentales como las heteroparentales, me permitieron plasmar esa camaradería que comparten los padres que se preocupan por la felicidad y el logro de los sueños de sus hijos (¡Grrr, 😡me rejervera el buche, como decía mi abuelita! Que no se preocupan, chamaco, se ocupan, que no es lo mismo… ¡No, no, no me cambies una costra por ostra, eh!).
Fue así como página tras página, la comarca Mintab iba regalándome una asombrosa historia fantástica, profundas reflexiones y grandes valores espirituales, pues en ella los mintabs aprenden a confraternizar, con animales míticos e insólitas plantas capaces de expresar abiertamente sus emociones, (A ver, a ver, mmm, aguántame tantito, hum, no todo es miel sobre hojuelas, o ¿qué? 🤔 ¿Acaso ya te olvidaste de la anciana Sophia, el alcalde Levka y?… ups, mejor me callo para no spoilear más la historia, je, je, je!), tal y como a todos los seres espirituales que disfrutamos de una aventura humana, nos gusta hacerlo.
Para concluir este blog (¡que ya se ha alargado un titipuchal!), me gustaría decirte que cuando finalmente tuve el libro impreso en mis manos, me sentí sumamente orgulloso, no tan solo de ser tabasqueño, sino de ser humano. Hoy por hoy, estoy convencido de que esta, mi experiencia de vida, va dejando una profunda huella en mi espíritu inmortal, que lo acompañará por lo que reste la eternidad
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